It's a new month... time for some new bug fixes!
While Matt is still working on harnessing the book data that we all have contributed to, and making it available for searches, he's also been rather busy fixing other things, and even adding some nifty little features. Read all about it in this Announcements forum post.

Algo en la historia

by Elsa Morante | Literature & Fiction |
ISBN: 8401301807 Global Overview for this book
Registered by portegag2 of Bilbao, Bizkaia/Vizcaya Spain on 5/10/2021
Buy from one of these Booksellers:
Amazon.com | Amazon UK | Amazon CA | Amazon DE | Amazon FR | Amazon IT | Bol.com
1 journaler for this copy...
Journal Entry 1 by portegag2 from Bilbao, Bizkaia/Vizcaya Spain on Monday, May 10, 2021
Comprado porque el interesantísimo libro war is a force gives meaning, de Chrish Hedges lo mencionaba.

Journal Entry 2 by portegag2 at Bilbao, Bizkaia/Vizcaya Spain on Thursday, May 27, 2021
Un texto que de alguna manera me recuerda a la película de Pasaolini: Saló 120

En los últimos meses de la ocupación alemana, Roma adquirió el aspecto de ciertas metrópolis indias, en las que sólo los buitres se nutren hasta la saciedad y no se lleva censo aleguno de los vivos ni de los muertos. Una multitud de refugiados y de mendigos, expulsados de sus destruidos países, vivaqueaba en los escalones de las iglesias y en los alrededores del Vaticano; y en los grandes parques públicos ramoneaban ovejas y vacas desnutridas que se habían salvado de las razzias del campo y de las bombas. Pese a la declaración de ciudad abierta, las tropas alemanas acampaban en torno a los lugares habitados, recorriendo las calles más importantes con el estruendo de sus vehículos; y la desastrosa nube de los bombardeos, que atravesaba continuamente todo el territorio provincial, arrojaba sobre la ciudad un telón de pestilencia y terremoto. Los cristales de las casas vibraban día y noche, aullaban las sirenas, escuadrillas de aviones luchaban en el cielo, entre la estela de amarillentos cohetes, y de cuando en cuando, en alguna calle de la periferia, irrumpía, con un estruendo, el polvo de la destrucción. Algunas familias, atemorizadas, se habían establecido en los refugios antiaéreos o en los laberínticos sótanos de los grandes monumentos, de los cuales brotaba una vaharada de orines y heces. En los hoteles de lujo requisados por los altos jefes militares del Reich y custodiados por piquetes armados, se preparaban estrepitosas cenas en las cuales el despilfarro era obsesivo, hasta la indigestión y los vómitos; y allá dentro, alrededor de las mesas en que se cenaba, preparábanse las matanzas para el día siguiente. El comandante, que se hacía llamar «Rey de Roma», era un comilón y un borrachín empedernido; y el alcohol servía como excitante y,narcótico usual a los ocupantes, tanto en el Cuartel General como en la base. En cualquier calle secundaria y apartada de la ciudad veíanse algunos palacetes o villas, de estilo medioburgués, con hileras de ventanas recien, temente tapadas con ladrillos en los distintos pisos. Eran vie, jas sedes de oficinas, o pensiones de familia, dedicadas actual. mente, por la Policía de los ocupantes, a cámaras de tortura, Allá dentro, los desventurados infectos por el vicio de la muer. te encontraban empleo a semejanza de su Fihrer, dueños, por fin, de cuerpos vivientes e inermes para sus perversas prácti, cas. De aquellos edificios salía a menudo, tanto de día como de noche, un estrépito ensordecedor de musiquillas y cancion. cejas de gramófono puesto a todo volumen.

Todos los días, en todas las calles, era posible ver un ca. mión de la Policía detenerse ante un edificio con la orden de registrar todo, hasta los tejados y terrazas. Iban a la caza de alguien que figuraba, con su nombre y apellido, en un trozo de papel. Ninguna norma limitaba esta caza perpetua y sin aviso previo, extremo en el que era total el arbitrio de los amos. A menudo quedaba cerrado de improviso todo un barrio o una manzana por cordones de tropas con la orden de arran. car de aquel círculo a todos los varones entre los dieciséis y los sesenta años, para deportarlos al Reich como trabajadores forzados. Instantáneamente, los transportes públicos eran bloqueados y vaciados, y una multitud inerme y alocada corría en desorden hacia fugas sin salida, seguida por ráfagas de metralletas.

En realidad hacía ya meses que los muros de todas las calles estaban tapizados de bandos, impresos en papel color rosa, que ordenaban a los hombres válidos presentarse al trabajo obligatorio, bajo pena de muerte. Pero nadie obedecía, nadie se preocupaba de aquellas proclamas, que ya ni siquiera leían. Se sabía que en el subsuelo de la ciudad actuaban pequeños y obstinados grupos de guerrilleros. Pero el único efecto que las empresas de éstos ejercía sobre la apatía de la multitud, era la pesadilla de las represalias que seguían por parte de los ocupantes, arrastrados en las convulsiones de su propio miedo. La población había enmudecido. Las noticias diarias de las redadas, de las sevicias y de las matanzas circulaba por los barrios como estertorosos ecos sin posible respuesta. Se sabía que, apenas fuera del recinto de los muros, malamente enterrados en fosas y canteras minadas, eran arrojados, hasta su descomposición, innumerables cuerpos, amontonados a ve ces a decenas y centenas, tal como habían sido asesinados en común, unos sobre otros. Comunicados de pocas líneas, sin explicación alguna, participaban las fechas de la muerte, pero no el lugar de las sepulturas. Y la multitud evitaba hablar de la presencia ubicua e informe de aquellos muertos, o lo hacía sólo con algún murmullo evasivo. En todo contacto y en toda sustancia se olfateaba un sabor fúnebre y carcelario, seco en el polvo, húmedo en la lluvia. E incluso el famoso espejismo de la Liberación iba reduciéndose a un punto fatuo, materia de sarcasmo y de chanza. Por lo demás, decíase que los alemanes, antes de abandonar la ciudad, la volarían en su totali

dad desde los cimientos, y que en kilómetros y kilómetros, bajo tierra, las cloacas eran un depósito de minas. Las arquitecturas de la metrópoli, «de la que no quedará piedra sobre piedra», seme jaban un panorama de fantasmas. Y, entretanto, con los días se iban multiplicando los rosados manifiestos de los amos de la ciudad con nuevas órdenes, tabúes y prohibiciones persecutorias, amenazadoras hasta la ingenuidad en su delirio burocrático. Pero, al fin, en el interior de la ciudad

aislada, saqueada y asediada, la verdadera dueña era el ham

bre. Ahora, el único alimento distribuido por la Anona era una ración, de cien gramos por cabeza, de un pan compuesto de centeno, garbanzos y paja. Para las restantes provisiones sólo quedaba, en realidad, el mercado negro, donde subían los precios con tal desenfreno que, hacia el mes de mayo, el sueldo de Ida no bastaba ya para comprar ni siquiera una botella de aceite. Por otra parte, en los últimos meses los sueldos eran pagados con irregularidad por el Ayuntamiento. :

La herencia de el Loco, que le pareciera un patrimonio ingente, se había disipado mucho antes de lo previsto. También. las provisiones compradas con aquel dinero estaban a punto de agotarse. Apenas le quedaban algunas patatas y poca pasta oscura. Y el pequeño Useppe, que gracias a el Loco había engordado, ahora iba perdiendo peso con los días. Los ojos ocupaban casi todo el espacio en su carita, tan pequeña como un puño. En torno a aquel su mechón central, siempre tieso con alre exclamativo, sus negros cabellos iban haciéndose ralos y Opacos, tanto, que parecían cubiertos de polvo; y las orejas le sobresalían de la cabeza semejantes a dos implumes alitas

“e

de gurriato. Cada vez que las Marrocco ponían a calentar al fuego su cazo de judías, veíasele dar vueltas entre sus pierñas cual un pobre gitano mendigo.

-¿Les apetece? -solía decir Filomena, según las reglas de

: Duena crianza, al sentarse a la mesa. Y ante frase tan ceremonial, los presentes, por lo general bien avisados, retirábanse discretamente. Pero al menos un par de veces, Useppe -a cual, como excesivamente pequeñajo, nadie le había dicho: ¿Te apetece?»adelantóse ingenuamente para sugerit, por PTOpia iniciativa:

-¿Podo yo momé?

Y su madre hubo de llamarlo, llena de rubor.

La mísera lucha de Ida contra el hambre, que, hacía ya Más de dos años, la mantenía armada, había llegado ahora al Cuerpo a cuerpo. Esta única exigencia cotidiana: dar de co, Mer a Useppe, la hizo insensible a cualquier otro estímulo, €Mpezando por el de su propia hambre. Durante aquel mes de mayo vivió prácticamente de algunas verduras y agua; y esto no sólo le bastaba, sino que incluso le parecía un des, pilfarro cada bocado que se tomaba, porque se lo sustraía a Useppe. En ocasiones, para sustraerle aún menos, ocurríasele hervir para sí misma las vainas de las legumbres, u hojas co. rrientes, e incluso moscas u hormigas: al fin y al cabo se tra. taba de comida... Llegó incluso a comerse algún troncho cogi. do de la basura, o arrancar la hierba de los muros en ruinas,

Tenía los cabellos blancos y la espalda curvada, e iba re. duciéndose de tal forma su cuerpo, que sólo era poco más alta que algunas de sus alumnas. Sin embargo, actualmente su resistencia física superaba a la mole del gigante Goliat, que tenía seis codos y un palmo de altura y llevaba puesta una coraza de cobre de cinco mil siclos. Era un verdadero enigma de dónde podía sacar ciertas reservas colosales aquel cuerpecillo terriblemente esquilmado. A despecho de la desnutrición, que la consumía visiblemente, Ida no sentía debilidad ni apetito. Y, en realidad, en su subconsciente, una sensación de certeza orgánica le prometía una especie de inmortalidad temporal que, inmunizándola contra necesidades y enfermedades, le ahorraba todo esfuerzo en pro de su supervivencia personal. A esta innominada voluntad de preservación, que regulaba la química de su cuerpo, obedecían también sus sueños, que durante todo aquel período, como si le sirvieran de nutrición nocturna, fueron insólitamente regulares, vacíos de pesadillas e ininterrumpidos, pese a los ruidos externos de la guerra. Pero a la hora de levantarse veíase agitada por un fragor interno de grandiosos repiques. «¡Useppe, Useppe!», era el grito de aquellos tumultos. E inmediatamente, antes aún de

despertarse, buscaba al niño con afanosas manos.

A veces se lo encontraba acurrucado contra su pecho, pues al dormir le manoseaba las mamas con un movimiento cieg0 y ansioso. Desde el tiempo en que lo amamantaba, en sus prr meros meses de vida, Ida se había desacostumbrado a la sensación de aquellas dos manitas que la manoseaban; pero sus pechos, ya pobres entonces, se habían secado ahora para siem

re. Con una ternura animal e inservible, Ida separaba de sÍ a su pequeño. Y desde aquel momento empezaba su batida diurna por las calles de Roma, impulsada hacia delante por








Journal Entry 3 by portegag2 at Bilbao, Bizkaia/Vizcaya Spain on Wednesday, June 16, 2021
A mí entender en ocasiones detalla en exceso situaciones cotidianas, emociones, pensamientos de ciertos personajes. Yo no soy capaz de darle un sentido a este detalle porque si bien todos los personajes son interesantes hay pasajes que a mí no me aportan.

Pero esto es sobradamente compensado por Usseppe y Bella, la descripción de la situación mundial y la relación que se establece entre los individuos y el todo.

Muy inteligente y sobretodo humano. Con un uso del lenguaje estupendo, florido y preciso.

Un gusto, la verdad.

Are you sure you want to delete this item? It cannot be undone.